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martes, 2 de octubre de 2012

Los pozos de Samurio en Tubará

Pozos de Samurio, Tubará, Atlántico. Foto Eny De la Hoz.

Los pozos de Samurio, fueron en la época de sequía  el manantial de agua viva que dio de beber a cientos de generaciones, empezando por los ancestros “Mocaná” en Tubará, Atlántico, en el Caribe Colombiano. Precisamente toma su nombre de uno de los caciques de la tribu.
No puedo precisar los años, mucho menos, el tiempo que duraron brotando agua de las entrañas de la tierra, pero si sé que en mi infancia fui muchas veces con mis tías maternas, a traer agua para casa de mi abuela. Ver caer la caldereta, amarrada con una cuerda de más de tres metros de largo me indicaba que eran hondos, pero me gustaba asomarme, para ver  la destreza de mis tías al sacar el  agua, la cual era transportada en baldes hasta la  casa, para el consumo diario.  
Ellos sirvieron de reunión a los habitantes del pueblo, se  podía  ver la romería de gente desde las 4 de la mañana, llegar para llenar sus barriles o canecos. Aquí se tejían historias,   ayudándose a construir parte de la leyenda oral existente.  
Uno de  los primeros que conocemos y del cual se desprende una hermosa historia, es el Pozo de San Luis, ubicado dentro del casco urbano.
Como estos, son muchos los  nacimientos naturales de agua, que hay en diferentes puntos del municipio, pero  el avance de los pueblos deja en el olvido lo que la naturaleza nos regala gratis, y la avaricia del hombre acaba con todo lo que puede arrasar a su paso, de ahí que el entorno haya sido modificado. Hace unos cincuenta  años  atrás encontrábamos el corazón de arena y corría apacible y sin fatiga un hilo cristalino de agua, pescaditos pequeños se apreciaban en lo charcos que se  hacían, las mujeres lavaban en el arroyo sus ropas, haciendo ellas mismas pequeños pozos en la arena y el verdor de los árboles indicaba que había vida. Bebimos agua salobre por 400 años y nunca pasó nada, hoy el agua llega desde la capital.
El corazón de arena dejó de latir, cada vez que socavaban y robaban su arena, para venderla,  sin que hubiese algún control.   Los pozos se cansaron,  el paso del tiempo, la mirada indiferente y  nuestra falta de compromiso, los han echado al olvido. Con la poca esperanza de encontrar un auxilio, se esconden detrás de la maleza, esperando que la madre tierra  le devuelva su vida en algún  momento.

Isabel Vargas Lara
isabel.vargaslara@gmail.com

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